Dejándome sola,
dolida y deshecha
no pudo evitar
hacerme mal.
Se descubrió ante
mí la visión de mi final
Mi pelo a medias
arrancado, a medias despeinado,
ya sin color.
Mi brazo con pequeñas
cicatrices.
No hubiera podido
imaginarlo peor.
Mi miedo a los
vidrios, mis venas heridas,
mi piel lastimada,
mi rechazo al dolor
y una venda que ya
no cubría
lo que mi mente
insensata mató.
Esa imagen de mí
pedía que la ayudara a salir,
mientras lloraba,
me decía: “No quiero morir así”.
Mis dedos húmedos
frotaban
mis ojos sin más
expresión
que la del loco en
su eterna búsqueda
de aquel hombre
mejor.
Que la del muerto
fuera de su tumba
Que la del vivo
que no vive más
Que la del viajero
que huye de aquel
miserable viajero
que siempre será.
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